Hoy en día los niños son vistos como una molestia en la vida rutinaria de un padre "ocupado", pero la gran pregunta que se hace todo niño es: ¿Cuánto mal he hecho para que mi padre me vea como una incomodidad? El padre no sabe que de ese niño se aprende bastantes cosas, ya que las mejores épocas de la vida se viven cuando se está en la niñez.
Ese niño vive en un entorno en el cual no interesa cuan hábil eres para hacer las cosas, solo vas y las hacer de la mejor forma posible: un niño no es médico, sin embargo frota la herida de golpe en el cuerpo de su madre; una niña no estudia arquitectura, sin embargo construye una casa a sus muñecas a base de almohadas y sabanas; un niño no estudia producción musical, sin embargo ve una guitarra y se pone a tocar sin importar como lo juzguen los demás. El niño es "FELIZ".
Existe un niño dentro de cada uno de nosotros que nosotros que nos impulsa a disfrutar de la vida mientras aún se pueda. Sin embargo existen momentos en los cuales ese niño se apaga y nos hace ver "renegones", "malhumorados" y "amargados"; esos momentos son el estrés, la ira, la envidia; que no nos deja ser feliz.
Tomemos la inocencia de un niño, un niño que le da la mano a cuanquier persona sin tener miedo y medir el riesgo de peligro. Desde el punto de vista católico, Jesús nos dice:"hay que ser como un niño para entrar en el reino de los cielos".
No perdamos la inocencia, olvidemos la soberbia, controlemos nuestra ira y apartémonos del estrés. Vivamos como el ayer que recordamos con tanta alegría, y no olvidemos que existe un mañana que nos espera.
Seamos niños: confiados, humildes, divertidos, preguntones, tiernos, cariñosos. Salgamos y digamos a todos que no me preocupo por dejar una boleta para mañana, que no me enojo porque alguien ensució casualmente mi zapato, no guardo rencor por discutir con alguien que tuvo un mal día, no busco excusas por pedir perdón a alguien.